Cuentos Terapéuticos
En esta entrada voy a hablar de lo útiles que pueden ser los cuentos como herramienta para el trabajo terapéutico.
A través de los cuentos podemos conectar con nuestro imaginario, con nuestras heridas emocionales y expresar nuestras emociones y sentimientos.
Muchas veces las historias nos permiten elaborar nuestra propia biografía, poner palabras a aquello que no entendemos.
Los cuentos juegan con lo simbólico y a través de ese mundo podemos establecer similitudes con nuestra vida, vernos reflejad@s y utilizarlos como metáforas de lo que somos, seremos, hacemos…
Los cuentos nos aportan herramientas a lo largo del proceso terapéutico, donde visualizarnos, dándonos opciones de cambio, referentes, aliados…Nos podemos identificar con determinados personajes y nos sirven como modelos.
Observamos sus fortalezas, sus puntos débiles y hacemos un balance de las dificultades que le van ocurriendo en su caminar y cómo pueden salir de ellas.
Nos ofrecen modelos a nivel colectivo, nos muestran el mundo en el que vivimos. Finalizan con una moraleja, tod@s tienen una enseñanza y eso es lo bonito el aprendizaje que se da a través de los cuentos y como nos ayudan a crecer.
Podemos pensar que los cuentos están dirigidos exclusivamente a los niñ@s, pero nada más lejos de la realidad los adult@s conectamos con los cuentos, nos mueven, porque como ya he dicho permiten expresar, reconocer y poner nombre a nuestra vida emocional y eso no se pierde con la edad (aunque a veces si se anestesia o bloquea).
Voy a compartir con vosotr@s un cuento cortito que he escrito para un curso del colegio de psicólogos de Madrid » Cuentos y Metáforas» con la psicóloga Olga Barroso (https://www.copmadrid.org), que he estado realizando, ha sido un placer realizar este trabajo y me apetece compartirlo con mis lectores.
Pérdida
Esta es la historia de Ana, que se encontraba pérdida desde hace mucho mucho tiempo.
Ana nació en una pequeña aldea, Valero, en tierras muy lejanas.
Entre la aldea donde nació y la ciudad donde vive actualmente hay metros y metros de distancia, océanos de por medio y muchos recuerdos que han caído en el olvido.
Ana se pregunta ¿Qué hago aquí?, ¿Por qué estudio esta carrera?, ¿Qué quiero?…y es incapaz de responder a una sola de sus preguntas.
De repente le asalta el miedo, las dudas y un vacío al que quizás no puede poner palabras, pero tiene muy claro qué le hace sentir y que la lleva a la oscuridad y a una tristeza infinita.
Un día estaba Ana paseando entre los coches, el asfalto…de la gran ciudad en la que ahora reside. Como casi siempre iba haciéndose preguntas para las cuáles no veía respuestas claras. Inmersa en sus dudas se sentó en un banco.
Pensaba «no reconozco nada de lo que hay aquí, éste no es mi lugar, ni siquiera tengo claras mis raíces. Sé que me quiero ir, pero a dónde».
Estaba acostumbrada a este tipo de interrogatorios personales, que le creaban gran confusión, mucho dolor y que la alejaban de sus seres queridos (su familia, su pareja, sus amigos…). Pero no sabía hacer otra cosa, aunque ella le ponía un gran esfuerzo e intentaba cambiar, no lo conseguía y siempre se sumía en los mismos abismos y dificultades.
Su vida de nuevo no tenía sentido y esto ya lo había sentido tantas y tantas veces, que cansancio más grande arrastraba.
Estaba rompiéndose la cabeza, cuando una anciana se sentó a su lado.
Ana no era muy dada a entablar conversaciones cuando se sentía confusa, es más incluso evitaba a sus conocidos, se ocultaba en su soledad.
Ella también conocía la sensación de ser invisible, a veces esta invisibilidad le era útil, como si fuera un poder, para zafarse de determinadas situaciones, pero nada más lejos de ser un poder. Esta invisibilidad la hacía desaparecer a los ojos del mundo y de sí misma y aislarse, sintiéndose cada día más abatida.
Buenos días le dijo la anciana.
Ana no tenía ganas de hablar, pero era muy educada y le respondió: Buenos días.
Pensaba «ojalá se calle y se vaya, quiero estar sola con mis pensamimentos».
Sin embargo la anciana no paraba de hacerle preguntas: ¿De dónde vienes?, ¿Cómo te llamas?, que bonito nombre, ¿Vives sola?, etc.
Ana comenzó a responder a las preguntas de la anciana.
Cuando ya estaba más que harta del interrogatorio, le dijo a la anciana: me tengo que marchar, tengo unos recados que hacer.
Perfecto le contestó la anciana, nos veremos pronto, yo vivo en el barrio.
Ana se levantó y se fue pensando «ni de broma me quiero encontrar más días con esta señora tan pesada, ufff».
Pasaron los días y de nuevo salió a pasear. Cuando de repente vio de lejos a la anciana, que comenzó a hacerle señales con el brazo.
Ana no sabía dónde meterse, otra vez esta señora tan pesada, ¿Por que a mi? tengo un imán para los raritos.
La anciana se acercó y le propuso tomar un café, Ana intentó ponerle mil excusas, pero como le costaba decir que no…pues acabó tomándose un café esa mañana y otras muchas.
Ana y la anciana quedaban casi todas las mañanas para tomar un café, después había días que también apseaban e incluso hacían otras actividades (ver películos, comer…).
Poco a poco Ana fue sintiéndose más relajada y cómodam a la anciana le fue cogiendo mucho cariño.
Se preguntaba ¿Qué ha sucedido que cada día em encuentro mejor?, ya sabemos que a Ana le gustaba hacerse preguntas, era una de sus aficiones preferidas.
Ana y la anciana no paraban de conversar.
Acabó contándole toda su vida a la anciana, que curativo había sido relatar su historia. Nunca lo hubiera creído.
Se dio cuenta que ordenar sus ideas, entender de dónde venía, hablar de las vivencias de su infancia, de las separaciones que había sufrido a lo largo de su vida. Éstas le habían ocasionada mucho dolor, miedos, angustia.
Poner palabras a todo ese dolor le hacía sentirse mucho mejor, como si se hubiese quitado un peso de encima, se sentía mucho más ligera.
Comenzó a comprender…poco a poco. Como si encendiese las luces de las habitaciones de un mundo interior que estaba lleno de sombras. Todo iba encajando como en un puzzle.
Y se sentía más calmada…
Que fácil parecía ahora ordenar este rompecabezas.
Al construir su relato, no sólo entendió, si no que fue cobrando sentido su vida y vislumbrando su identidad, se fue sintiendo menos y menos pérdida.
La gente a su alrededor le decía te veo muy bien, qué ha pasado. Ana respondía será la magia de las palabras.
Ana y la anciana fueron durante mucho tiempo buenas amigas y confidentes.
La anciana tenía un don «La escucha» y mucha sabiduría, ella sabía esperar, elegir los momentos y lo más importante estar al lado de Ana y acompañarla.
Ana seguía saliendo a pasear pero con otra mirada, conectaba con los detalles que le ofrecía el mundo y ya no caminaba rumiando y sumida en sus dudas.
La anciana trajo a su vida luz, paz y mucho amor.
Ana se fue transformando en una mujer plena, satisfecha y mucho más tranquila que la Ana que conocimos al principio de la historia.
Su vida se llenó de gratitud.
El objetivo terapéutico de este cuento es conseguir que la persona pueda acceder a su mundo emocional, detenerse en él, exteriorizarlo.
En definitiva ponerle palabras, para desenredar la madeja de dudas en la que puede estar inmersa e ir diluyendo esa angustia y pensamientos negativos que la mantienen alejada del mundo exterior.
Muchas veces las personas llegan a terapia igual que la protagonista del cuento. Confundidas, con sensaciones contradictorias, sin comprender qué les está sucediendo.
A través del proceso terapéutico, basado en el dialogo (como Ana con la anciana), donde se establece una relación de confianza y ayuda. Al igual que la anciana sostenemos las emociones, escuchamos, acompañamos. Vamos ayudando a la persona a construir una nueva narrativa que le ocasione menos dolor, le proporcione alternativas y comprensión acerca de lo que siente.
Como vemos los cuentos son muy útiles y nos ofrecen muchas posibilidades para trabajar a nivel terapéutico.
Me gustaría comentar que el 7 de junio voy a realizar un taller de cuentos para adultos en la librería Santos Ochoa en Salamanca (https://www.santosochoa.es), estáis tod@s invitados.
Que la librería me permita unir dos de mis pasiones la literatura y la psicología es una gran oportunidad, creo que va a ser una experiencia muy bonita y ya queda poquito para saborearla.
Quiero acabar con esta frase de Juan Bosch, escritor y cuentista dominicano.
Escribir cuentos es una tarea seria y además hermosa. Arte difíicl, tiene el premio en su propia realización.
10 comentarios
Que maravilloso son los cuentos para ayudar a entender y a que puedan verbalizar las cosas los pacientes.
Te doy mi pequeña aportación para trabajar con los mas pequeños a traves de cuentos.
El monstruo de colores, para que identifiquen y aprendan a gestionar emociones.
Cuando me siento enfadado, para trabajar las rabietas.
Cuervo o Elmer, son dos cuentos en los que es muy facil identificar que todos somos diferentes pero especiales.
Espero que te sean utiles.
Muchas gracias por tu aportación, es de gran utilidad.
conocía el monstruo de colores, pero no los otros dos.
gracias, seguiremos enriqueciendo nuestra colección de cuentos personales.
Es increible como cala en el alma humana este texto
Gracias.
Que bonitas palabras.
Un cuento maravilloso. Cuando todo se guarda dentro, a veces la angustia nos puede. Encontrar a una anciana sabía y con tiempo y estar dispuestos a contar nuestros secretos a alguien que nos escuche… Eso es no sólo maravilloso, es sanador.
Me ha encantado
Muchas Gracias por tus palabras.
Sin duda es sanador.
Mi vicio es la lectura que comenzó siendo yo muy pequeña. Ahora son muy importantes las tertulias con amigas y el cambio de impresiones de diferentes temas. Esa comunicación es vital en mi vida
Es verdad que comunicarse es fundamental y primordial en nuestras vidas.
Muchas gracias.
Fantástico cuento, que satisfacción para la anciana los logros de Ana, enhorabuena a todas las personas que dedicáis vuestro tiempo y esfuerzo a que las personas se sientan mejor!
Muchas gracias por tus palabras, siempre es un aliciente ver el crecimiento personal de aquellas personas con las que trabajamos.
Es lo bonito de nuestra profesión.